- Servicios de inteligencia de la OTAN apuntan a que Rusia desarrolla un arma antisatélite de “efecto zona” contra Starlink.
- El sistema dispersaría nubes de perdigones casi indetectables que dañarían sobre todo paneles solares y equipos críticos.
- Expertos alertan de riesgos de caos orbital, síndrome de Kessler y daños para satélites de todo el mundo, incluidos Rusia y China.
- La red Starlink es clave para las comunicaciones militares y civiles de Ucrania y la superioridad espacial occidental.
Los servicios de inteligencia de varios países de la OTAN han encendido las alarmas: Rusia estaría trabajando en un nuevo tipo de arma antisatélite diseñada para golpear de lleno a la constelación Starlink, el sistema de satélites de órbita baja operado por SpaceX y clave para las comunicaciones de Ucrania. La información, compartida de forma confidencial con gobiernos aliados y filtrada a la agencia Associated Press (AP), describe un proyecto capaz de sembrar de metralla una franja completa del espacio.
Según estos documentos, el Kremlin vería en Starlink una amenaza estratégica directa, al considerar que su red de miles de satélites da a las fuerzas ucranianas una ventaja decisiva en el campo de batalla. A partir de ahí, Moscú estaría impulsando un sistema de “efecto zona” que no solo podría cegar o inutilizar buena parte de la megaconstelación, sino también generar un volumen de escombros con consecuencias imprevisibles para el resto de actores espaciales, incluidos Rusia y sus aliados.
Una nueva generación de armas antisatélite
Los informes de inteligencia consultados por AP describen un concepto de arma que se aleja de los misiles antisatélite clásicos usados hasta ahora por distintas potencias. En lugar de impactar un objetivo concreto, este sistema de “efecto zona” buscaría inundar las órbitas donde operan los satélites Starlink con nubes de pequeños proyectiles de alta densidad.
La idea sería liberar en el espacio cientos de miles de diminutos perdigones, de apenas unos milímetros de diámetro, capaces de atravesar paneles solares, antenas y componentes sensibles. A velocidades orbitales de más de siete kilómetros por segundo, incluso un fragmento minúsculo se convierte en un proyectil devastador capaz de dejar fuera de servicio un satélite con un solo impacto.
Frente al ensayo ruso de 2021 —cuando el derribo de un antiguo satélite soviético generó una nube de basura espacial muy criticada internacionalmente—, este nuevo sistema no apuntaría a un blanco único. Los documentos citados por AP apuntan a que los perdigones se dispersarían a lo largo de un amplio régimen orbital, posiblemente liberados desde formaciones de pequeños satélites aún no lanzados.
Funcionarios occidentales consultados por la agencia insisten en que, para Moscú, Starlink se ha convertido en un objetivo prioritario. La red de Elon Musk ha permitido a Ucrania mantener comunicaciones seguras en el frente, coordinar ataques con drones, guiar armamento y sostener servicios civiles en zonas donde las infraestructuras terrestres han sido destruidas por los bombardeos.
Perdigones casi invisibles y difícilmente atribuibles
Uno de los aspectos que más preocupan a los analistas es que los proyectiles descritos en los informes serían tan pequeños que escaparían a la mayoría de los sistemas de rastreo de basura espacial. Los radares terrestres y sensores en órbita suelen tener problemas para detectar objetos de apenas unos milímetros, de modo que gran parte de esta metralla pasaría desapercibida.
Esta invisibilidad técnica no solo incrementaría el riesgo de choque, sino que complicaría la atribución directa de un posible ataque a Rusia. Si, de repente, decenas o cientos de satélites empiezan a fallar por daños en paneles solares o fuselajes, los operadores podrían tardar tiempo en reconstruir qué ha ocurrido y quién está detrás, aunque expertos en seguridad espacial señalan que, con suficientes datos, la comunidad internacional acabaría “sumando dos y dos”.
IL documentos filtrados apuntan a que la mayor parte de los daños se concentraría precisamente en los paneles solares de los satélites, al ser sus elementos más frágiles y expuestos. Sin embargo, un impacto también podría perforar depósitos de combustible, sistemas de control de actitud o equipos de comunicaciones, provocando fallos catastróficos y pérdida total de la nave.
Los responsables de la inteligencia aliada subrayan que las órbitas de Starlink se sitúan en torno a los 550 kilómetros de altura, una región muy concurrida por otros sistemas críticos de comunicaciones, observación de la Tierra y defensa, tanto de países occidentales como de Rusia, China u otras potencias emergentes.
Riesgo de caos espacial y síndrome de Kessler
El potencial despliegue de un arma de “efecto zona” ha llevado a varios especialistas a advertir de un escenario cercano al síndrome de Kessler a gran escala. Este concepto, formulado en los años 70, describe una reacción en cadena en la que cada colisión en órbita genera más fragmentos, que a su vez causan nuevos impactos, hasta saturar el entorno orbital de desechos durante décadas o siglos.
En el caso que se plantea, una nube densa de perdigones tendría capacidad para barrer una franja entera de la órbita baja, dañando primero satélites en servicio y difundiendo después más metralla en forma de restos de esas colisiones. A medida que esos fragmentos se fueran cruzando con otras trayectorias, podrían comprometer a una parte sustancial de los más de 14.000 satélites activos que se estima que hay hoy en órbita baja.
Expertos consultados por AP y otros medios subrayan que un incidente de esta magnitud tendría efectos directos sobre la economía global y la seguridad. Sin satélites operativos, se verían afectadas las redes de navegación (GPS y sistemas equivalentes), las comunicaciones internacionales, la sincronización de transacciones financieras, la observación meteorológica y el seguimiento del cambio climático, entre otras muchas funciones críticas.
Los riesgos no se limitarían a sistemas occidentales. La Estación Espacial Internacional y la estación espacial china Tiangong, que vuelan a altitudes inferiores a los satélites Starlink, también podrían verse amenazadas por la caída progresiva de perdigones y escombros desde órbitas más altas, lo que plantea un riesgo significativo para astronautas y cosmonautas de varias agencias, incluida la rusa.
Un arma que también pondría en peligro a Rusia y China
Pese a lo alarmante de los informes, numerosos analistas consultados por AP y por otros medios especializados se muestran profundamente escépticos sobre que Moscú llegue a utilizar realmente un sistema de estas características. El argumento principal es sencillo: un arma tan indiscriminada dañaría no solo a Occidente, sino también a los propios satélites rusos y chinos, así como a futuros proyectos espaciales de ambos países.
Victoria Samson, especialista en seguridad espacial de la organización Secure World Foundation, con sede en Estados Unidos, considera que esta clase de desarrollo “tendría un coste desorbitado para la propia Rusia”. Tras décadas invirtiendo recursos económicos, tecnológicos y humanos para consolidarse como potencia espacial, el Kremlin se arriesgaría a recortar de golpe su acceso a la órbita baja si desencadenase una cadena de choques incontrolable.
Samson no descarta que las investigaciones sean, en parte, de carácter experimental o conceptual, algo habitual en programas militares. Científicos y equipos de defensa pueden explorar ideas extremas sin que eso implique necesariamente que vayan a desplegarse. También deja abierta la puerta a que la filtración de estas capacidades responda a tácticas de influencia: alentar una percepción de amenaza puede servir para justificar aumentos de presupuesto en capacidades espaciales por parte de Estados Unidos y sus aliados.
En contraste, mandos militares como el general de brigada Christopher Horner, responsable de la División Espacial de las Fuerzas Armadas de Canadá, señalan que el proyecto “no es inverosímil” si se tiene en cuenta que Washington ya ha acusado en el pasado a Rusia de investigar armas nucleares basadas en el espacio. Si Moscú estuviera dispuesto a llegar tan lejos, añaden, no sería descabellado que estudie opciones un escalón por debajo pero igualmente desestabilizadoras.
Starlink, pieza clave en la guerra de Ucrania
La relevancia de Starlink en esta ecuación tiene que ver, sobre todo, con su papel en la guerra de Ucrania. Pocos días después del inicio de la invasión a gran escala, en febrero de 2022, el sistema se activó sobre el país tras la petición expresa de Kiev a SpaceX para sustituir las redes de comunicaciones destruidas por Rusia.
Desde entonces, los terminales de la red se han convertido en infraestructura crítica para las fuerzas ucranianas. Permiten coordinar unidades en el frente, guiar drones y artillería, mantener enlaces seguros entre mandos militares y garantizar que hospitales, servicios de emergencia y administraciones locales sigan conectados incluso en medio de apagones eléctricos y bombardeos.
En la práctica, la constelación de Elon Musk se ha consolidado como un componente central de la superioridad espacial occidental frente a Rusia, lo que explica que el Kremlin la perciba como un engranaje más de la maquinaria militar de la OTAN. De hecho, responsables rusos han repetido en varias ocasiones que los satélites comerciales utilizados por Ucrania pueden considerarse “objetivos legítimos”.
En paralelo a los presuntos avances en el arma de “efecto zona”, Moscú ha anunciado el despliegue del sistema de misiles S-500, capaz, según las autoridades rusas, de alcanzar objetivos en órbita baja. Esta doble vía —misiles convencionales contra blancos concretos y un posible sistema de perdigones contra constelaciones completas— alimenta la preocupación de que el espacio se consolide como un nuevo teatro de confrontación militar.
Los indicios recopilados por las inteligencias occidentales, el papel central de Starlink en Ucrania y los movimientos rusos en materia de defensa espacial dibujan un panorama delicado: una carrera por el control del espacio cercano a la Tierra en la que cualquier paso en falso podría desencadenar un daño duradero para todos los actores, con consecuencias que irían mucho más allá del conflicto actual y afectarían de lleno a la vida cotidiana en Europa y en el resto del mundo.
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